martes, 28 de febrero de 2012

DESCUBRA EL TERCER MUNDO CON VIAJES DE PRIMERA (Segunda parte)

Un grito de terror despierta a los huéspedes. Es el matrimonio Tres; acaba de descubrir que no hay agua caliente. Mientras, el matrimonio Dos ya se está vistiendo: pantalones caquis con muchos bolsillos repletos de barritas energéticas, camisa a juego con fibra anti mosquitos, botas de piel marrón hi-tec  no-water supertranspi  tracción a los dos pies y, la gorra de VIAJES DE PRIMERA. Para evitar ostentaciones, el matrimonio Uno ha optado por vestirse únicamente con un taparrabos.
Para el entrenamiento de hoy, incursión en la selva, un nuevo guía les espera  en la entrada de la cabaña.  Va vestido con taparrabos y porta un machete . En sus mejillas lleva pintadas dos rayas negras, el resto del cuerpo tiene un color de tonos anaranjados con marcas de dedos, como si de un maquillaje mal repartido se tratara.
              -          Unga, unga – les saluda.
-          ¿Pero este quién es? ¿Qué haces así? – pregunta el matrimonio Tres.
-          ¿Pero no lo ves? ¡Es un tercermundista! – dice el matrimonio Uno buscando el diccionario en la mochila-  creo que está tratando de saludarnos. ¡Unga, unga a ti también!
-          ¿Pero no ves que es el mismo guía de ayer? ¡Si ni siquiera se ha molestado en taparse el tatuaje de la pierna!
Al grito de ¡Alaburié! el matrimonio Uno le sigue emocionado, el Dos ya se ha puesto en cabeza y el Tres se resigna, y les sigue también.  
Después de una hora de caminata entre la selva, empiezan las primeras quejas. El calor y la humedad se hacen insoportables, y es que el invernadero que VIAJES DE PRIMERA ha instalado en el jardín, logra reproducir el clima tropical a la perfección.
-          Ñam, ñam – dice el guía señalando el suelo y sacando un taper de la bolsa.
El matrimonio Dos, vaciando media mochila, extiende un mantel de cuadros rojos y blancos sobre el que coloca todo tipo de utensilios: una navaja multiusos, vasos y platos de aluminio, un camping gas, una cantimplora…
-          ¡Uy, qué mono el mantel!
-          Gracias, le tenemos mucho cariño, es un recuerdo de nuestro  tercer viaje a Zimbawe. Es que allí es muy típico irse de picnic- cuenta el matrimonio Dos.
-          ¿Otra vez arroz?- interrumpe el matrimonio Tres.
El día en la selva ha sido duro. La caminata, el calor, la comida y los animales salvajes, ha supuesto toda una aventura para los tres matrimonios que ahora duermen plácidamente. Sin embargo, la tranquilidad de la noche se ve alterada por una serie de acontecimientos.
El matrimonio Uno, dando vueltas en la cama, se preocupa por una picadura que se ha descubierto en la pierna. Se rasca compulsivamente. Se quita el edredón. Se pone la mano en la frente. Exclama:
-          Definitivamente, tengo malaria.
El matrimonio Dos grita desconsolado por el dolor. Se incorpora, saca las botas nuevas de debajo de la cama, las lanza con furia contra la pared y mirándose con pena a los pies, grita:
-          Mierda, ¡las tenía que haber comprado con anti-ampollin!
El matrimonio Tres, alarmado por los gritos, se despierta. Al comprobar que su cuerpo está intacto, no tiene picaduras, ni rozaduras, ni fiebres,  protesta:
-          ¡Yo no he pagado una pasta para que me tomen el pelo! ¿Cómo voy a volver del tercer mundo sin dengue, fiebres tifoideas o cólera? ¡Esto es un timo! ¡Exijo que me devuelvan mi dinero!
El matrimonio Tres, erigiéndose como líder de la revuelta, coge el teléfono de emergencia de la cabaña y exige a la centralita que se presente de inmediato el director. Desde centralita, intentan calmarles, pero todos sus esfuerzos son en vano. A la media hora, el director se presenta en la cabaña.
-          Que no, que no, que exijo que se nos mande un helicóptero para sacarnos de aquí ahora mismo. Así no podemos estar ni un minuto más.
-          ¡Yo no puedo dar ni un paso! ¡Tengo ampollas por todos lados!
-          No podéis dejarnos en estas condiciones. ¡Y más con el dinero que hemos pagado! ¿Qué clase de agencia es esta? ¡Esto es indignante!
-          ¡Ay, que malaria! ¡Me desmayo!
El director, sin poder controlar la situación, decide ceder ante la insistencia del matrimonio Tres y las quejas del matrimonio Uno y Dos.
A los pocos minutos, un helicóptero aterriza frente a la cabaña.
-          Como en casa… - dice mientras se reclina en el asiento de cuero, sujetando una copa de cava- ya me siento mucho mejor.


Foto: Marta Sánchez Fernández

jueves, 23 de febrero de 2012

DESCUBRA EL TERCER MUNDO CON VIAJES DE PRIMERA (Parte I).

Descubra el tercer mundo.
¿Quiere vivir nuevas experiencias? VIAJES DE PRIMERA le ofrece una aventura inolvidable: un exclusivo viaje al tercer mundo. Usted puede ser el privilegiado que disfrute de quince días viviendo como ellos. No desaproveche esta oportunidad única. La aventura le espera, ¿se atreve?”

-        Pues yo estoy nerviosísima –comenta el matrimonio Uno.
-        Nosotros es que ya hemos hecho muchísimos viajes de aventura, ¡nos encantan!–se apresura a responder el matrimonio Dos.
-         Bueno, yo solo espero que seamos únicamente nosotros seis, el anuncio decía claramente “exclusivo” –dice con el ceño fruncido el matrimonio Tres.

La conversación es interrumpida por la apertura de la verja negra frente a la que se encuentran. Esta se abre lentamente, dejando ver una impoluta limusina y parte de lo que se intuye como una finca inmensa y lujosa. Un hombre de traje oscuro y pelo engominado les da una educada bienvenida y les invita a subir para conducirlos hasta una enorme mansión de color crema, escalada por enredaderas y preciosas buganvillas. Durante el camino los tres matrimonios disfrutan satisfechos del hermoso jardín escrupulosamente recortado por el que atraviesan. Tras pasar por la majestuosa entrada, caminan lentamente por un largo pasillo. Los tres matrimonios se detienen curiosamente observando cada detalle que encuentran a uno y otro lado del pasillo: cuadros, piezas antiguas que reposan dentro de una vitrina, lámparas doradas… hasta detenerse frente a una puerta que dice “sala de bienvenida”. Dentro de la habitación, los invitados son recibidos con grandes bandejas de canapés y aperitivos varios de la mejor calidad. Una botella de cava se enfría en una cubitera en el centro de la mesa.
-        Pero no se queden ahí, siéntense por favor.

Aturdidos, pero con una gran sonrisa de aprobación, las tres parejas se sientan cómodamente en los grandes butacones de madera de roble.
-        Es de la mejor calidad, traída directamente de Brasil, del corazón de la Amazonia.- explica orgulloso el director de VIAJES DE PRIMERA.

Este comienza a explicarles en qué consiste exactamente el “entrenamiento”.
-        …recuerden que la finalidad de estos tres días es la de prepararles para su viaje al tercer mundo. Esto no significa que su seguridad en la cabaña no esté garantizada…
-        ¿Cabaña? Querrá decir hotel… -interrumpe el matrimonio Tres.
-        Tienen que olvidarse de encontrar hoteles en el tercer mundo –advierte educadamente el Director -. Les decía que por precaución, nos hemos encargado de instalar un teléfono en la entrada de la cabaña con línea directa a nuestra centralita, por si tuvieran cualquier percance. Y ahora permítanme presentarles a quien será su guía en esta experiencia. Hagan el favor de seguirle, él les conducirá al alojamiento para que se acomoden. Ahora si me disculpan

El director se aleja dejando a los tres matrimonios con el guía, un hombre de unos 38 años, uniformado con ropa de marca Quechua. Bajo el pantalón de lino beig, asoma un tatuaje tribal que ocupa todo su gemelo derecho.
Tras embadurnarse de crema protectora, spray antimosquitos y colocarse las gorras con el logo de VIAJES DE PRIMERA, salen en fila india por la puerta trasera de la mansión. El paisaje cambia completamente, en vez de jardín recortado, ante ellos se extiende una enorme selva frondosa y húmeda. Esta vez el transporte es en burro.
-        Qué preciosidad de animales –dice el matrimonio Uno acariciando el hocico de uno de los burros-¿qué son?
-        Llamas –contesta el matrimonio Dos –son muy típicos de estos lugares.

El guía les muestra la cabaña, una construcción de barro y paja, pequeña y con lo indispensable: cocina, baño y un dormitorio con tres camas dobles.
-        ¿Y aquí es donde tenemos que dormir? –protesta el matrimonio Tres –yo no he pagado una millonada para compartir habitación. ¡Ni que fuéramos cerdos!
-        Pobres…-dice el matrimonio Uno –nosotros solo tendremos que vivir aquí por unos días, pero ellos…¡figúrate! y sin vitrocerámica.

Tras dejar el equipaje en la cabaña, los matrimonios se encuentran de vuelta en la mansión. El Director les acomoda en la “sala de visionado”, donde se sientan frente a una enorme pantalla preparada para la proyección.
-        Bueno, ahora lo que me gustaría es que presten atención a las imágenes que les vamos a mostrar. En VIAJES DE PRIMERA, creemos que lo primero es que nuestros aventureros se familiaricen con las personas que verán por el tercer mundo.
        
Durante la proyección, el director va explicando una a una las diapositivas. En ellas van apareciendo hombres, mujeres y niños que, cubiertos exclusivamente con un taparrabos, posan en distintas escenas cotidianas: cazando, cocinando, bailando,…
-        Vean –comenta deteniéndose en una de las diapositivas –éste es el típico hombre del tercer mundo. De piel bronceada por el sol, ya saben que allí no existen las cremas protectoras, y con solo una hoja a modo de taparrabos y una lanza, indispensable para la vida en la selva. Es importante señalar que estos hombres hablan el unga-dunga, dialecto de sonidos guturales. No han de preocuparse, el viaje incluye un diccionario para cada uno de ustedes, no tendrán ningún problema.
-        ¡Uy! mira cari, de esos vimos a montones en nuestro viaje a Kenya, ¿recuerdas? –dice con voz excesivamente alta el matrimonio Dos.

Las diapositivas muestran ahora distintos animales salvajes: pumas, serpientes, tigres,…
-        ¡Dios mío! Pero…¡si están fuera de sus jaulas! No sé si estaré preparada para esto…-exclama horrorizado el matrimonio Uno.

Tras la explicación, los tres matrimonios vuelven a su cabaña para descansar.
-        Estos de VIAJES DE PRIMERA parecen gente seria, ¿qué nos habrán preparado para mañana?

                                                                                        Foto: Marta Sánchez Fernández.





martes, 14 de febrero de 2012

EL PERRO QUE LADRA PORQUE CANTA EL GALLO

CAPÍTULO 3: “La huida”

El círculo luminoso de la linterna les ayudaba a sortear la repugnante alfombra de sapos que cubría el camino. Los desagradables ruidos de estos anfibios se unían a los monótonos cánticos de alabanza procedentes de un grupo de gente de túnicas oscuras. Liderando el grupo, reconocieron al hijo siniestro de la pulpería. Ante su mirada, aceleraron el paso.

En el camping sólo se escuchaba la televisión encendida de Álex. Decidieron no molestarle e ir directamente a dormir. Estaban agotadas.

-        ¡Áleeeeeex! ¡Áleeeeex! –el grito insistente las despertó.

El hombre chilló con más fuerza, pero los ladridos del perro y el sonido de la televisión fueron las únicas respuestas que obtuvo. Ni rastro de Álex.

Horas más tarde, un fuerte golpe en la verja despertó a una de ellas. Alertada por el ruido se mantuvo a la espera. Escuchó unos pasos que se acercaban, el perro ya no ladraba.

“Ese ruido… ¿qué será?” –se preguntaba a sí misma –“y el perro, ¿por qué  no ladra? ¿Será Álex? Lo mejor es que no haga ningún ruido. Tiene que ser Álex…sí, sí…¿quién sino a estas horas?” De repente vio una sombra. La silueta de un hombre con visera se alzaba inmóvil frente a la tienda. Ella permaneció tumbada boca arriba intentando silenciar su respiración acelerada. La figura, que continuaba inmóvil, hizo un gesto lento con la mano como pidiendo a alguien que se acercara.

-¿Quién esta ahí? –gritó nerviosa. Pero la pregunta no consiguió ir más allá de su imaginación.

“¿Quién está ahí? ¿Quién está ahí?” –intentó desesperadamente recuperar su voz –“no, esta claro que no es Álex, pero entonces ¿por qué el perro no ladra? A ver…la tele sí se escucha…entonces Álex tiene que estar ahí pero…¿por qué  no sale? Esta claro que en este pueblo la gente es muy rara, es que esas miradas…y continuamente preguntando qué dónde nos quedábamos…¡el tuerto! ¡el tuerto llevaba gorra! bueno…también el borracho del puerto la llevaba…hombre, el hijo de la pulpería podría ponérsela, y ese sí que era siniestro, mira como nos miraba…joder ¡y el del caballo hablándonos de acoso!...bueno, a ver, no pasa nada, si se acerca más me pongo a gritar…pero joder para qué si Álex no se entera de nada…bueno me puedo defender, tengo aquí la navaja…¿dónde la tenía?...sí, en el bolsillo de la mochila…¿seré capaz de clavársela?...que sí, que sí, según entra ¡pla! en todo el estómago, y sino le doy con la linterna que eso sí que no me cuesta nada, pero claro si son dos…porque estaba llamando a otro…es que debería despertar a mi hermana, no, no, mejor no que la voy a asustar…no, no, ¡sí! hay que despertarla, porque si entran y está dormida no le da tiempo a reaccionar. Tenemos que estar preparadas.”

-        Tuqui, Tuqui…-susurró –despierta Tuqui, despierta.

Pero su hermana seguía profundamente dormida. Decidió moverla suavemente para no hacer ruido. Por miedo a que se despertara con un grito le tapó la boca y, agarrándola del brazo, continuó susurrando:

-        Tuqui, despierta, despierta Tuqui, hay alguien fuera.

Consiguió por fin despertarla y, pidiéndola que no se moviera, le contó en voz baja lo que estaba sucediendo. No les quedaba otra que salir. La una armada con la linterna, la otra con la navaja, abrieron lentamente la cremallera de la tienda. Alumbraron toda la finca deteniéndose en esquinas y matorrales. No había nadie. El crujido de la madera dirigió su linterna al porche. Una mecedora se balanceaba de un lado a otro. Estaba vacía. La televisión seguía encendida.

Sin mirarse, sin hablar, se metieron a la vez en la tienda. No durmieron en toda la  noche.

Un perro ladró porque el gallo cantó. Su último día en Pueblo había llegado.

Recogieron sus cosas en silencio y fueron directas al puerto. Las calles estaban vacías, las casas en silencio y los comercios cerrados. Una extraña sensación de abandono oscurecía a Pueblo.

Sentadas ya en el barco se giraron para mirar por última vez a Pueblo. Álex, el tuerto, el borracho, Juanita, el de la pulpería,…todos estaban allí, despidiéndose con la mano y mirándolas fijamente. Sobre ellos, el cartel seguía rezando: Welcome to Pueblo. 

                                               Foto: Marta Sánchez Fernández.

miércoles, 8 de febrero de 2012

EL PERRO QUE LADRA PORQUE CANTA EL GALLO.

CAPÍTULO 2: “Día en Pueblo”


-        Pues yo soy fillo de una galega –continuó diciendo Álex.

Contaba las cosas así, de pronto, sin esperar respuesta. Luego se iba, sonriente; y aparecía de nuevo, con su paso tranquilo, para dedicarles un par de frases más. Con dos gestos les indicó donde estaba la pulpería*, ya era hora de comer.
La pulpería, una caseta de madera vieja y sucia, estaba regentada por un gordo de iguales características.

-        Sus dos botellitas de agua –dijo posándolas sobre el mostrador.

Una de las botellas, claramente más vacía, no tenía precinto.

-        Creo que esta es suya, ¿podría darme otra?

Al fondo de la tiendita, oculto tras la penumbra, se intuía a una persona de gran tamaño que seguía la escena con desconfianza. Era el hijo del dependiente quien se acercó a la llamada de su padre. Con la cabeza gacha, evitando mirar directamente a las chicas, explicó al padre con un susurro que el precinto probablemente se hubiera caído. El viejo, actuando como intermediario, trató de convencerlas de esa posibilidad.

-        Ya, ya…pero es que está empezada.
-        Tienen que beberse esa –sentenció el siniestro hijo.

Las hermanas se miraron incómodas.

-        Pues…cámbienosla por una botella de jugo.

Mientras el viejo acudía a por el nuevo pedido, el hijo, quieto tras el mostrador, las miraba de arriba abajo con el ceño fruncido. La tensa situación fue interrumpida con la llegada de Álex.

-        Subid –dijo invitándolas al quad.

Las llevó hasta el inicio de la ruta y, una vez allí, desapareció. Caminaron en paralelo a la playa, entre las sombras de la vegetación que las protegía del calor sofocante. Una pista de aterrizaje abandonada se abría paso entre los matorrales. La hierba agrietaba el asfalto buscando la luz del sol. Unos cascos de caballo sobre el asfalto sonaron tras sus espaldas. Al girarse, un hombre con una camisa torpemente abotonada y pantalones manchados de tierra, les sonrió.

-        ¿Paseando? –saludó desde el caballo – es bonito el camino ¿verdad? Si quieren, al puro final tengo una finca… es un proyecto que estoy haciendo, estoy plantando árboles y ahí pueden ver animales…No tienen que pagar nada ¿eh?, yo se lo enseño porque me gusta cuidar al turista, me gusta que vengan a mi pueblo, que disfruten y luego hablen bien al resto de la gente, pero gratis, no soy como…otros de por aquí que se aprovechan del turista y les cobran por todo.
-        Ah…eso esta bien –contestaron tratando de evitar la invitación –ya si eso nos pasamos luego.
-        ¿Hasta cuándo piensan estar por aquí? ¿Dónde se alojan?

Ante la falta de respuesta, insistió en la invitación y se marchó.

El siguiente tramo volvía a discurrir bajo el claroscuro de los árboles. Se cruzaron con un par de camionetas destartaladas, una bici y un chico a pie. Tras superar el último río, llegaron hasta el final del camino. Agotadas y aturdidas por el calor volvieron a encontrarse con el hombre del caballo.

-        ¿Quieren pasar a ver mi finca?

 Durante la visita, el hombre les comentó en repetidas ocasiones su intención de limpiar la fama del pueblo.

-        ¿No vieron en los periódicos lo del acoso en Pueblo? Sí, y además esa gente es la que maneja el turismo aquí, yo por eso prefiero ir por mi cuenta…no quiero que me relacionen con ellos.
Las hermanas no sabían a qué se refería exactamente, pero prefirieron no preguntar.

Al caer la noche, se acercaron a una soda para cenar. A penas cabían cuatro mesitas con sus correspondientes sillas, todas estaban vacías. Mientras Juanita, la camarera del lugar, les preparaba el pescado rebozado, un hombre con los ojos cubiertos bajo la sombra de la gorra, se sentó en la esquina del bar esperando su pedido.

-        Ese hombre me está poniendo nerviosa.
-        ¿Por qué? ¿Qué pasa?
-        Porque está mirando todo el rato para acá.

El hombre bebía su cerveza en silencio. De vez en cuando, alzaba la cabeza dejando ver un hueco de piel oscura donde debiera estar su ojo derecho. Al rato apareció la camarera con el pescado.

-        ¿Hasta cuándo se quedan? –preguntó amablemente.
-        Hasta el Domingo.
-        Ah y...¿dónde están alojadas?
-        En el camping de Álex.

El tuerto alzó la cabeza levemente, como tratando de escuchar lo que decían.

-        ¿Y no os da miedo dormir ahí en la tienda? –siguió interrogando la camarera –no sé…ahí solas las dos…
-        ¿Miedo? –pero ¿a quién? ¿por qué? –preguntaron nerviosas las hermanas.
-        No…a nada…no, no…a nadie. Aquí la gente no es mala pero no sé…bueno, déjenlo, es que  yo soy demasiado miedosa –rió alterada.

Cuando pagaron, el tuerto ya no estaba. Se despidieron de Juanita y, con la única iluminación de sus linternas, regresaron al camping.

                                              Foto: Marta Sánchez Fernández

*Tienda de ultramarinos.















miércoles, 1 de febrero de 2012

EL PERRO QUE LADRA PORQUE CANTA EL GALLO

CAPÍTULO 1: "Welcome to Pueblo"
 Sin tirolinas, circuitos de aventura en todo terreno o wifi, es el tipo de sitio donde aún puede contemplarse la Costa Rica de antaño” leyeron en la guía. Decidieron ir allí.

Para llegar a Pueblo tuvieron que coger dos autobuses. El primero tardó dos horas por la carretera general. El segundo se adentraba torpemente en una camino estrecho y sin asfaltar, abriéndose paso entre plantaciones de banano y palma africana. Desde la ventana veían las filas de trabajadores que cansados, regresaban a pie a sus casas. Los pocos que por inercia alzaban la mirada hacia el autobús, reflejaban en ella el vacío de una vida marcada por la rutina.
-     Ya falta poco- les avisó el chofer.
-          Gracias. Desde allí podemos coger una barca hasta Pueblo ¿verdad?
-          Eeee…sí, sí, claro… pero…entonces ¿van a Pueblo? – preguntó extrañado.
-          Sí, pasaremos allí el fin de semana.
Tras un titubeo contestó con una sonrisa forzada.

Sentadas en la barca, observaban con curiosidad como los pasajeros terminaban de entrar, acomodándose entre los pocos espacios vacíos que quedaban entre grandes bolsas de plástico, racimos de bananos, cajas y demás utensilios desconocidos. Sin pasar por alto la presencia de dos extranjeras, murmuraban entre ellos palabras inaudibles por el ruido del motor. Las muchachas no eran conscientes de la curiosidad que despertaban entre los pasajeros, concentradas como estaban en el paisaje. Un borracho de gorra negra y pantalones rotos, fue el único en atreverse a hablar con ellas para invitarles a una cerveza a eso de las 17h. Ellas rehusaron con una sonrisa de cortesía.

Atravesaron una laguna de aguas tranquilas y oscuras, bordeada de salvaje vegetación y vigilada por caimanes que, ocultos entre la maleza, asomaban sus ojos diminutos. Y de pronto, “Welcome to Pueblo”. En lo alto del embarcadero, un rústico cartel de madera daba la bienvenida. Se sonrieron triunfalmente con el entusiasmo de los que se sienten descubridores de lugares recónditos.

No pudieron preguntar por el camino a tomar, todos habían desaparecido; en el muelle solo quedaba el borracho insistente. Para evitarle, aceleraron el paso por el primer camino que encontraron. Las ventanas cubiertas de plástico a modo de cortinas o los tejados de latón medio derruidos por el viento y la lluvia, mostraban un pueblo olvidado. Sin embargo, aún conservaba vestigios del poco turismo que llegó a tener. La pintura de vivos colores, ahora desconchada, y los dos únicos hostales, ahora cerrados, daban buena cuenta de ello.

Continuaron recorriendo el camino de arena negra buscando un lugar para dormir. El sol brillaba con fuerza; tal vez eso explicase que las calles estuviesen desiertas, sin más rastro de vida que un par de perros famélicos buscando restos de comida entre la basura acumulada a los lados de las casas. De repente, un joven de tez oscura montado en su bicicleta, se cruzó con ellas.
-          Perdona, ¿sabes dónde vive Álex el carpintero? Hemos leído que tiene un camping, ¿sabes si está abierto?.
-          No sé si estará abierto, pero puedo llevarlas hasta él.

Siguieron en silencio al chico de la bici. Dedujeron que la playa estaba cerca pues el mar era lo único que se oía.
-          Aquí es –señaló el joven- ¿por cuánto tiempo piensan quedarse?
-          Hasta el Domingo.

Tras sonreír tímidamente, montó en su bici y desapareció, dejando a las hermanas solas ante una verja oxidada de tan sólo medio metro. Al fondo de la finca, de césped sin segar y frutas caídas sin recoger, se distinguía una casa vieja y destartalada. Un hombre de unos 62 años se acercó a ellas. Tenía la tez oscura y marcada por el sol. Sonrió, mostrando un hueco oscuro en lugar de paletos.

-          Hola, soy Álex.

                                                                                     Foto: Marta Sánchez Fernández