miércoles, 8 de febrero de 2012

EL PERRO QUE LADRA PORQUE CANTA EL GALLO.

CAPÍTULO 2: “Día en Pueblo”


-        Pues yo soy fillo de una galega –continuó diciendo Álex.

Contaba las cosas así, de pronto, sin esperar respuesta. Luego se iba, sonriente; y aparecía de nuevo, con su paso tranquilo, para dedicarles un par de frases más. Con dos gestos les indicó donde estaba la pulpería*, ya era hora de comer.
La pulpería, una caseta de madera vieja y sucia, estaba regentada por un gordo de iguales características.

-        Sus dos botellitas de agua –dijo posándolas sobre el mostrador.

Una de las botellas, claramente más vacía, no tenía precinto.

-        Creo que esta es suya, ¿podría darme otra?

Al fondo de la tiendita, oculto tras la penumbra, se intuía a una persona de gran tamaño que seguía la escena con desconfianza. Era el hijo del dependiente quien se acercó a la llamada de su padre. Con la cabeza gacha, evitando mirar directamente a las chicas, explicó al padre con un susurro que el precinto probablemente se hubiera caído. El viejo, actuando como intermediario, trató de convencerlas de esa posibilidad.

-        Ya, ya…pero es que está empezada.
-        Tienen que beberse esa –sentenció el siniestro hijo.

Las hermanas se miraron incómodas.

-        Pues…cámbienosla por una botella de jugo.

Mientras el viejo acudía a por el nuevo pedido, el hijo, quieto tras el mostrador, las miraba de arriba abajo con el ceño fruncido. La tensa situación fue interrumpida con la llegada de Álex.

-        Subid –dijo invitándolas al quad.

Las llevó hasta el inicio de la ruta y, una vez allí, desapareció. Caminaron en paralelo a la playa, entre las sombras de la vegetación que las protegía del calor sofocante. Una pista de aterrizaje abandonada se abría paso entre los matorrales. La hierba agrietaba el asfalto buscando la luz del sol. Unos cascos de caballo sobre el asfalto sonaron tras sus espaldas. Al girarse, un hombre con una camisa torpemente abotonada y pantalones manchados de tierra, les sonrió.

-        ¿Paseando? –saludó desde el caballo – es bonito el camino ¿verdad? Si quieren, al puro final tengo una finca… es un proyecto que estoy haciendo, estoy plantando árboles y ahí pueden ver animales…No tienen que pagar nada ¿eh?, yo se lo enseño porque me gusta cuidar al turista, me gusta que vengan a mi pueblo, que disfruten y luego hablen bien al resto de la gente, pero gratis, no soy como…otros de por aquí que se aprovechan del turista y les cobran por todo.
-        Ah…eso esta bien –contestaron tratando de evitar la invitación –ya si eso nos pasamos luego.
-        ¿Hasta cuándo piensan estar por aquí? ¿Dónde se alojan?

Ante la falta de respuesta, insistió en la invitación y se marchó.

El siguiente tramo volvía a discurrir bajo el claroscuro de los árboles. Se cruzaron con un par de camionetas destartaladas, una bici y un chico a pie. Tras superar el último río, llegaron hasta el final del camino. Agotadas y aturdidas por el calor volvieron a encontrarse con el hombre del caballo.

-        ¿Quieren pasar a ver mi finca?

 Durante la visita, el hombre les comentó en repetidas ocasiones su intención de limpiar la fama del pueblo.

-        ¿No vieron en los periódicos lo del acoso en Pueblo? Sí, y además esa gente es la que maneja el turismo aquí, yo por eso prefiero ir por mi cuenta…no quiero que me relacionen con ellos.
Las hermanas no sabían a qué se refería exactamente, pero prefirieron no preguntar.

Al caer la noche, se acercaron a una soda para cenar. A penas cabían cuatro mesitas con sus correspondientes sillas, todas estaban vacías. Mientras Juanita, la camarera del lugar, les preparaba el pescado rebozado, un hombre con los ojos cubiertos bajo la sombra de la gorra, se sentó en la esquina del bar esperando su pedido.

-        Ese hombre me está poniendo nerviosa.
-        ¿Por qué? ¿Qué pasa?
-        Porque está mirando todo el rato para acá.

El hombre bebía su cerveza en silencio. De vez en cuando, alzaba la cabeza dejando ver un hueco de piel oscura donde debiera estar su ojo derecho. Al rato apareció la camarera con el pescado.

-        ¿Hasta cuándo se quedan? –preguntó amablemente.
-        Hasta el Domingo.
-        Ah y...¿dónde están alojadas?
-        En el camping de Álex.

El tuerto alzó la cabeza levemente, como tratando de escuchar lo que decían.

-        ¿Y no os da miedo dormir ahí en la tienda? –siguió interrogando la camarera –no sé…ahí solas las dos…
-        ¿Miedo? –pero ¿a quién? ¿por qué? –preguntaron nerviosas las hermanas.
-        No…a nada…no, no…a nadie. Aquí la gente no es mala pero no sé…bueno, déjenlo, es que  yo soy demasiado miedosa –rió alterada.

Cuando pagaron, el tuerto ya no estaba. Se despidieron de Juanita y, con la única iluminación de sus linternas, regresaron al camping.

                                              Foto: Marta Sánchez Fernández

*Tienda de ultramarinos.















4 comentarios:

  1. Too mu raro en este pueblo aliterante. Pa mi que hay gato encerrao!!
    ¿Tendrá algo que ver esa falsa cabina telefónica?

    ResponderEliminar
  2. Tony cruza los dedos y toca madera y dice lagarto lagarto para que no pase lo que cree que va a pasar...

    ResponderEliminar
  3. el hombre del caballo,malo,Juanita buena,Alex bueno y el tuerto el más malo¿donde está su ojo?¿eh?¡que lo diga!la mamma

    ResponderEliminar
  4. pues a mi algo de cague sí me daría...

    ResponderEliminar